Apeca – Rodrigo Soberanis Martínez – El Coronel Diaz (II)

DSCF2241En ese tiempo se corría la historia que nadie podía entrar al Cementerio después de las seis de la tarde porque se lo ganaba la llorona, o sea que lo retenía a saber con qué fines, pero la verdad es que ya no regresaba, por eso en el tiempo del Coronel Díaz ya nadie se atreví a acercarse al cementerio.  Y el grupo de jóvenes que se formó le contaban estas historias al Coronel con la intención de impresionarlo, pero él siempre acotaba que en Coatepeque faltaban “Hombres Valientes”.

El camino al cementerio era un poco más ancho que una vereda y en lo que es hoy el portón de entrada, había un arco de bugambilia que dejaba caer algunas ramas con hermosas flores que le daban un matiz muy agradable a la entrada.  Peor esto era de día.

De noche el aspecto era diferente, porque la luz no llegaba a iluminar hasta allá y esto ponía más tétrica la mirada.

La muchachada señalo un día para poner a prueba a la hombría del Coronel y lo invitaron a tomar unas copas en la cantinita de “Tía Tina”- Una viejita de mucha experiencia en su oficio.  Cuando lo invitaron preciosas patojos, el Coronel aceptó encantado y acudió a la cita, porque también era adicto a las copas.  (En ese tiempo todavía el licor se vendía en copas).   Trató de llegar lo más elegante posible estrenando Kepi y Charpa, y una pistola niquelada en una funda con torniques y bordes dorados, y todo con una fragancia de las más finas, y aromáticas de ese tiempo.  El cinturón lo mismo con sus iniciales al alto relieve con toques dorados.

No era para menos, había que estar hasta la última porque se trataba de una cita con las muchachas más simpáticas.  La “Tía Tina” también puso su parte.  Sacudió su mostrador escondió los cigarros de “tusa”, limpio las botellas, lavó las copas, colocó en la pared unos pequeños posters con propaganda de cigarrillos “Coyote” que empezaban salir, y hasta colocó unos flecos de papel de china.  Todo porque las muchachas la habían puesto sobre aviso.

El Coronel nunca se hizo acompañar por ningún soldado, porque según el decía él, era lo suficiente valiente y podía valerse por sí solo.   Pues hizo su ingreso pasado un poquito de las seis de la tarde, la muchachada lo saludó con mucho respeto, a él le gustaba que le hicieran el saludo de su rango.  Las muchachas sólo le dieron la mano.  (En ese tiempo no se acostumbraba el beso que hoy las damas casi siempre lo dan al aire).

Al verlo “Tía Tina” corrió a cortar limones de su matita que tenía en su patio y pronto estaba atendiéndoles.  Iniciaron con poquitos.  El primero en invitar fue el Coronel; lo siguió Melecio un muchacho mulato de carácter juguetón.

Bibliografía.  Primera Antología de Poetas, Escritores y Compositores de Coatepeque. Febrero de 1995

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