…no me quiten el hilván del pensamiento, porque a mi pueblo le canto, porque es mi pertenencia, porque una mañana muy soleada, hace muchos años, sobre veredas rotas me enseñó a saltar, a reír, a quererlo. Coatepeque, el paso de los años implacablemente te convirtieron en abuelo. Ya tus canas hablan del pasado, sin embargo, tu recuerdo me enternece y vibro junto a él. Cuántos pasajes se agolpan en mi memoria
…
Te acordás, mamá, de aquella amarga lágrima derramada y limpiada con la manga de mi primer día en El Liceo Coatepeque? …
Eras joven mi pueblo, tierno, todo hablaba de orígenes diversos, de idiomas, de vida, de anheladas esperanzas. Eras joven … y yo apenas un niño …
Crecí. Tropecé por tus calles empedradas, en crudos y lluviosos días de invierno, pero junto a tus paredes me cobijaba de la gota que golpeaba incesantemente, impulsándome a grabar en algún rincón de tu plaza, tu nombre. Coatepeque, mi infancia; Coatepeque y yo, bajo un gran corazón…
Crecía. Ya no me daba cuenta del paso vertiginoso de ese sustantivo llamado Señor Tiempo, y una mañana, como aquella en la que me permitías transitarte incansablemente, debí comprender que ya culminaba mis estudios en la secundaria, y junto a ese ciclo, un teñido lapso de tiempo adolescente …
Editorial Adverbium- Marzo 2005